Los sistemas de gestión del tiempo se han vuelto extremadamente populares en los últimos años… con razón. No es raro escuchar hablar del cuadrante de Covey – basado en asignar importancia y urgencia –, el modelo OPA de Robbins o el famosísimo GTD de David Allen, pasando por técnicas más sencillas como Pomodoro o GSD. En español, múltiples y excelentes blogs llevan años tratando el tema de la gestión del tiempo: Berto Pena con ThinkWasabi, Jero en el Gachupas, Jeroen Sangoers con elcanasto.es, Óptima Infinito de José Miguel Bolívar o Dú Tudú, de Daniel Aguayo. Cualquiera de ellos tiene suficiente información para trabajar y mejorar la productividad de toda una vida.
Sin embargo, todos los sistemas tienen un precio. Y no hablo del coste de adquisición de un libro, o del precio de una formación personalizada. Hablo del coste oculto de cualquier sistema de gestión del tiempo, que se divide principalmente en tres aspectos: planificación, gestión y mantenimiento del propio sistema. Cuanto más complejo sea el sistema, más costosa será la curva de aprendizaje, mayores las dudas y más difícil lograr un éxito razonable. Cuanto más tiempo dediquemos al sistema en sí mismo, menos tiempo pasaremos cosechando los frutos de una mayor productividad.